La Inteligencia Artificial: Una aliada en la educación
Puede actuar como tutor virtual disponible en todo momento, detectar dificultades de manera temprana, identificar conceptos que requieren refuerzo y proponer intervenciones oportunas.

Heberto Tapias García* Opinión/El Pregonero del Darién
La introducción de la inteligencia artificial en la educación ha suscitado inquietudes y debates en claustros y espacios de reflexión pedagógica. Algunas personas temen que las máquinas terminen reemplazando a los docentes, pero esta no es la principal preocupación. El verdadero reto, el que nos convoca como comunidad educativa, consiste en saber si seremos capaces de utilizar esta tecnología como una herramienta para transformar la educación en una experiencia más significativa, eficiente y, sobre todo, profundamente humana. Una educación que potencie las habilidades cognitivas, metacognitivas y socioemocionales que nos hacen seres pensantes y sensibles, capaces no solo de aprovechar la tecnología, sino también de convivir con ella de manera creativa, crítica y consciente de sus implicaciones.
La inteligencia artificial no ha llegado para ocupar el lugar del docente, sino para ampliar sus capacidades y enriquecer su práctica profesional. Su contribución principal consiste en liberar tiempo y energía en las tareas tediosas, repetitivas y administrativas que consumen recursos valiosos, para que el educador pueda concentrarse en su función esencial: acompañar y orientar la formación de personas con sentido, propósito y capacidad de agencia en el mundo. No se trata solo de mejorar lo que ocurre en el aula, sino de repensar profundamente el papel del docente en todas las dimensiones del proceso formativo y en todo el ecosistema educativo, reconociendo que la educación es un proceso complejo que trasciende la transmisión de información.
El trabajo del profesor no empieza ni termina en clase. Su labor comprende diversas tareas, entre ellas el diseño curricular, la definición de competencias y resultados de aprendizaje, la elaboración de materiales didácticos, la evaluación formativa, la revisión permanente de los procesos de enseñanza y aprendizaje, y el acompañamiento individualizado a estudiantes con diferentes necesidades y ritmos. En conjunto, estas actuaciones conforman un ciclo dinámico de intervención educativa que requiere conocimiento disciplinar, sensibilidad pedagógica y comprensión del contexto social y cultural.
Ese ciclo puede denominarse con el acrónimo EDUCARE, palabra latina que significa formar, cultivar, hacer crecer, y que sintetiza las principales etapas del proceso educativo desde el diagnóstico inicial hasta la evaluación orientada a la mejora continua. En cada uno de este conjunto de actividades —Evaluación diagnóstica, que permite conocer el punto de partida; Diseño, donde se planifica la intervención pedagógica; Uso o implementación, momento en que se ejecuta lo diseñado; Consejería o acompañamiento, espacio de orientación personalizada; Auditoría, que monitorea el proceso; Retroalimentación, que cierra el ciclo comunicativo; y Evaluación , que valora los logros alcanzados— la inteligencia artificial puede actuar como aliada y fortalecer la labor docente sin reemplazar su dimensión humana, su intuición pedagógica ni su capacidad de establecer vínculos significativos con los estudiantes.
El apoyo de la inteligencia artificial dentro de este ciclo se expresa mediante funciones complementarias que potencian el trabajo del profesor y multiplican su alcance. Puede desempeñar el papel de analista de datos, asistente de diseño, facilitador de personalización del aprendizaje y gestor operativo. También puede actuar como creadora de contenido, recurso didáctico, apoyo para tutoría, generadora de retroalimentación inmediata y herramienta para la evaluación y la automatización de tareas. Todas estas capacidades se integran en cada actividad sin suplantar el juicio pedagógico, la creatividad didáctica ni la sensibilidad del educador ante las particularidades de cada estudiante y cada grupo.
Como analista de datos, la inteligencia artificial puede procesar grandes volúmenes de información obtenida en la evaluación diagnóstica para identificar brechas formativas, detectar fortalezas y debilidades, analizar patrones de desempeño durante la auditoría y ofrecer una visión integral en la evaluación final del aprendizaje. Esta capacidad analítica, que sería imposible de realizar manualmente con la misma profundidad y rapidez, permite tomar decisiones más informadas y ajustar las estrategias didácticas con mayor precisión. En su función de asistente de diseño, puede contribuir a la planificación curricular y didáctica, sugerir secuencias de aprendizaje, proponer actividades diversificadas, así como facilitar la generación de recursos y materiales acordes con los propósitos formativos, adaptados a diferentes estilos de aprendizaje y niveles de complejidad.
Su papel como facilitador de personalización se hace evidente durante la implementación y el acompañamiento, ya que permite adaptar contenidos, ritmos y trayectorias de aprendizaje a las necesidades individuales de cada estudiante, superando las limitaciones de la enseñanza homogénea. También puede actuar como tutor virtual disponible en todo momento, detectar dificultades de manera temprana, identificar conceptos que requieren refuerzo y proponer intervenciones oportunas que eviten el rezago acumulativo. En la función de gestor operativo, la inteligencia artificial facilita la automatización de tareas rutinarias y administrativas que consumen tiempo valioso, acelera los procesos de evaluación mediante calificación automatizada cuando es pertinente, y proporciona retroalimentación inmediata a los estudiantes, elemento crucial para el aprendizaje efectivo que frecuentemente es difícil de ofrecer con la premura necesaria en grupos numerosos.
En conjunto, todas estas funciones amplían significativamente la capacidad del docente para orientar, acompañar y motivar al estudiante de manera más efectiva, personalizada y oportuna, lo cual fortalece su formación integral sin perder el valor humano del proceso educativo, ese componente irreemplazable que distingue la verdadera educación del simple entrenamiento o la transmisión mecánica de información.
Sin embargo, todo esto solo tiene sentido cuando los docentes mantenemos el control del proceso formativo y ejercemos nuestra autoridad pedagógica con plena conciencia. La inteligencia artificial no puede reemplazar el juicio pedagógico construido a través de años de experiencia, la sensibilidad humana ante el sufrimiento o la alegría de un estudiante, ni la comprensión profunda del contexto social, cultural y emocional en que se desarrolla el aprendizaje. Tampoco puede decidir qué valores cultivar, de qué manera formar ciudadanía responsable y crítica, cómo preparar a los estudiantes para enfrentar la incertidumbre de la vida, o qué significa verdaderamente educar en una sociedad democrática y plural.
La integración de inteligencia artificial en la educación requiere mucho más que capacitación técnica en el manejo de herramientas y plataformas. También demanda formación ética rigurosa, pensamiento crítico frente a los intereses que subyacen a estas tecnologías, comprensión de sus sesgos y limitaciones, y participación activa, informada y organizada del profesorado en las decisiones institucionales y de política pública que configuran el uso de estas tecnologías.
El verdadero riesgo no reside en la inteligencia artificial como tal, sino en quedarnos al margen del debate, relegados a un papel pasivo por temor, desconocimiento o resignación. Si los docentes no asumimos un papel protagónico en el diseño, implementación y evaluación de estas tecnologías educativas, otros actores — como diseñadores de políticas ajenos a la realidad del aula, o administradores más preocupados por cifras que por personas— impondrán criterios ajenos a la esencia educativa y pondrán por encima la rentabilidad, la eficiencia estrecha o la productividad medida en indicadores simplistas, relegando el desarrollo humano integral que debe ser el norte de toda acción educativa. La educación no puede reducirse a un simple cálculo de eficiencia, a métricas cuantitativas o a modelos que ignoran su complejidad, pues su valor es social, ético y cultural, y va mucho más allá de la dimensión económica o instrumental que frecuentemente domina el discurso contemporáneo sobre innovación educativa.
El propósito no es aceptar la inteligencia artificial sin cuestionarla, adoptarla acríticamente ni celebrarla como panacea, pero tampoco rechazarla defensivamente como una amenaza que debemos resistir a toda costa. Lo que necesitamos es construir una relación crítica, creativa y pedagógica con estas tecnologías, una relación en la que los educadores tengamos voz autorizada, criterio fundamentado y compromiso activo con el bienestar de nuestros estudiantes y el bien común. Solo de esa manera la inteligencia artificial podrá fortalecer los fines educativos auténticos y no quedar subordinada a intereses externos que poco tienen que ver con la formación humana. La tecnología debe estar al servicio del aprendizaje significativo, de la equidad educativa, del desarrollo de capacidades para la vida plena, y nunca al revés, convirtiendo la educación en servidora de imperativos tecnológicos o comerciales.
La inteligencia artificial no pertenece al futuro distante o a escenarios de ciencia ficción, pues ya forma parte del presente cotidiano de nuestras vidas, nuestras aulas y espacios de aprendizaje. Si la usamos con sabiduría, con discernimiento pedagógico y con compromiso ético, puede ayudarnos a hacer mejor lo que mejor sabemos hacer como educadores: acompañar a cada estudiante en la construcción de su propio camino, respetando su singularidad, sus tiempos, sus intereses y sus sueños. No se trata de que todos lleguen al mismo destino predeterminado, medidos con la misma métrica, sino de que cada uno avance lo más lejos posible en su proyecto de vida, desarrollando plenamente sus potencialidades únicas y contribuyendo desde su lugar a la construcción de una sociedad más justa, más humana y más sostenible.
Educar con inteligencia artificial y humana significa reconocer el potencial transformador de la tecnología sin perder de vista nuestra responsabilidad formadora, esa que nos constituye como educadores y que ninguna máquina puede asumir. La inteligencia artificial puede ser una aliada poderosa en nuestra labor, pero el sentido último de la educación, su horizonte de valores, su compromiso con la dignidad humana, sigue firmemente en nuestras manos y en nuestra conciencia profesional. No se trata de adaptarse pasivamente al cambio tecnológico, sometiéndose a él como si fuera un destino inevitable, sino de liderarlo con conciencia crítica, compromiso ético inquebrantable y visión pedagógica que ponga siempre al estudiante y su desarrollo integral en el centro.
Si aceptamos este reto con valentía y responsabilidad, nuestra labor no solo será relevante en estos tiempos de transformación acelerada, sino verdaderamente transformadora de vidas, de comunidades y de horizontes de posibilidad. Ese es nuestro desafío hoy, en este momento histórico crucial, y también nuestra oportunidad extraordinaria de demostrar que la educación humanista y tecnológicamente potenciada no solo es posible, sino absolutamente necesaria.
*Profesor de Ingeniería Química/Universidad de Antioquia






