A un amigo admirador de Álvaro Uribe
Privatizó, expropió e instigó a un ejército maleducado a obtener prebendas por darle resultados en una lucha contra la guerrilla que disfrazó de inocentes desempleados para obtener prebendas.
Juan Fernando Uribe Duque/Opinión/ El Pregonero del Darién.
El hecho de que hayas conocido a Álvaro al principio de su fulgurante carrera, no es óbice para que lo admires. Se admiraría su gestión y su compromiso por el país al cual administró durante dos períodos sumiéndolo en la fragmentación, la pobreza y la exclusión, y todo por un malsano sentimiento de venganza y un afán de desquite y revanchismo que lo desbordó sacrificando el campo, exponiendo a la muerte a los más pobres, y medrando siempre al lado del poder económico: mafiosos latifundistas y multinacionales a quienes favoreció al crear una fronda de importadores, rentistas de actividades extractivas, comerciantes de lavado de activos y políticos abyectos. Privatizó, expropió e instigó a un ejército maleducado a obtener prebendas por darle resultados en una lucha contra la guerrilla que disfrazó de inocentes desempleados para obtener prebendas. Vulgarizó y satanizó una guerra contra el mismo monstruo que alimentó desde sus inicios al entregarle pistas áreas y facilitarles su accionar. El narcotráfico tiene mil caras y quiérase o no para optar por el poder en Colombia hay que relacionarse con su influjo y capacidad de permeación. Y Álvaro sucumbió a esa tentación… y delinquió. Solo es un caudillo de una clase social que vio en él un salvador ante la andanada de desafueros, que, como consecuencia de una inequidad sostenida a través de quinientos años de expolio e injusticia, crea sus mesías para ser redimidos al sentirse agredidos por su misma historia.