¿Colombia espera o es obstruida? lo que William Ospina no ve
Buscaban crear presión internacional sobre el gobierno colombiano. No son episodios aislados, sino piezas de un cerco político que articula intereses externos con opositores nacionales.

Heberto Tapias García*/Opinión/El Pregonero Del Darién
Leer a William Ospina es siempre un ejercicio enriquecedor. Su pluma, capaz de tejer poesía y crítica social con igual maestría, nos ha convocado a reflexionar sobre la política en Colombia en innumerables ocasiones. Precisamente por eso, su artículo “Colombia sigue esperando” merece una lectura juiciosa, pero también cautelosa y no desprevenida. Y, desde el respeto a su obra, considero necesario hacer un llamado a una honestidad intelectual más amplia, una que se atreva a abrir la perspectiva, y a tener en cuenta todos los factores que han impedido materializar las promesas de cambio, incluyendo aquellos que operan desde las sombras del poder.
Ospina plantea, con razón, la urgencia de las transformaciones. Su inconformidad parece partir de una expectativa elevada frente a la velocidad del cambio. Desde su perspectiva, el gobierno habría fallado en cumplir el mandato popular recibido. Sin embargo, para que esa crítica sea completa debe preguntarse por qué ese mandato choca con un muro de resistencia que Ospina no describe en toda su dimensión.
En su análisis falta reconocer la naturaleza real de la obstrucción al cambio. Sería necesario admitir que la coalición de gobierno es frágil y que existe una oposición parlamentaria que ha hecho del bloqueo su estrategia permanente. También sería necesario considerar el poder de veto de élites económicas, mediáticas y empresariales. A ello se suma el escrutinio minucioso de los organismos de control, cuyo activismo frente a este gobierno contrasta con la permisividad histórica que tuvieron con administraciones anteriores.
Es en este contexto donde su afirmación sobre la “captura” del gobierno por la corrupción se vuelve cuestionable. La corrupción en Colombia es un fenómeno estructural, arraigado desde hace décadas en la administración pública. Atribuirlo como una captura reciente del actual gobierno no solo es injusto, también omite la historia misma del país y oculta que es precisamente esa estructura heredada la que limita cualquier intento de transformación.
Un elemento que Ospina subestima es el papel de los medios de información corporativos. Su función no se ha limitado al periodismo crítico. Han moldeado el imaginario colectivo mediante la instalación de una narrativa adversa al gobierno, la repetición insistente de calificativos, la amplificación selectiva de escándalos, el silenciamiento de avances y la fabricación de un clima permanente de crisis. Nada de ello es neutral. Esa narrativa es parte del dispositivo que legitima la obstrucción política.
A este escenario interno se suma la dimensión geopolítica. No pueden ignorarse las gestiones del expresidente Álvaro Uribe con el senador Marco Rubio, las visitas de María Fernanda Cabal y Paloma Valencia a congresistas de Florida ni las reuniones de Federico Gutiérrez con congresistas y con el subsecretario de Estado de los Estados Unidos, Christopher Landau. Todas estas acciones buscaban crear presión internacional sobre el gobierno colombiano. No son episodios aislados, sino piezas de un cerco político que articula intereses externos con sectores opositores nacionales para frenar un proyecto de cambio.
Ospina escribe desde una expectativa que puede ser legítima, pero que se vuelve parcial cuando no incorpora el alcance real de estas fuerzas en contra del gobierno del cambio. En la política concreta el gobierno no actúa en un vacío. Se enfrenta a un entramado de poderes políticos, económicos, mediáticos y geopolíticos que se resisten a cualquier variación del orden establecido. Presentar este forcejeo como simple falta de voluntad del Ejecutivo reduce la complejidad del momento político.
No merece mayor atención la lista de adjetivos que Ospina emplea para describir a Petro: guerrillero, vanidoso, arrogante, calumniador, matoneador, desleal, contradictorio, improvisado, derrochador, inepto e incoherente. Más que análisis, representan una falacia ad hominem que sorprende en un intelectual de su trayectoria. Ese tipo de descalificación no contribuye a la comprensión del escenario político y alimenta exactamente la misma narrativa que sostiene la obstrucción.
No se trata de pedir indulgencia ni de negar los errores del gobierno. Se trata de exigir una crítica integral que evalúe el conjunto de la realidad política. Colombia no solo espera: Colombia presencia una confrontación histórica en la que los medios, las élites y las presiones internacionales pesan tanto como las acciones de la oposición y de las fuerzas internas que resisten el cambio. En este escenario, una pluma como la de Ospina no puede limitarse a señalar apenas un fragmento del problema. Tiene la responsabilidad de narrar el cuadro completo, incluido el papel de quienes, desde trincheras visibles e invisibles, deciden hasta dónde puede transformarse el país y hasta dónde debe continuar anclado a lo mismo de siempre.
*Ingeniero Químico- Profesor de la Universidad de Antioquia
https://www.elespectador.com/…/colombia-sigue-esperando





