Opinión

El riesgo de la entropía política en el Progresismo

Si el progresismo se encierra en sus propias disputas, corre el riesgo de convertirse en lo mismo que los partidos que prometió reemplazar. Aún hay tiempo para evitarlo.

Heberto Tapias García/Opinión/ El Pregonero de Darién

En el ámbito político, al igual que en la física, también existe  la posibilidad de que las cosas se degraden. Cuando las  fuerzas que dieron vida a un proyecto se dispersan y la energía moral que lo impulsó comienza a desvanecerse, el  sistema empieza a perder su orden. Esta pérdida de  cohesión, lo que podríamos llamar entropía política, puede  poner en peligro al progresismo colombiano si se olvida del propósito que le dio sentido: transformar un país marcado por la desigualdad, la injusticia y el dominio de las élites que siempre han gobernado en beneficio propio.

El verdadero peligro no radica en la diferencia de opiniones ni en el debate. De hecho, la pluralidad ideológica ha sido su mayor fortaleza. El riesgo aparece cuando la crítica se convierte en fuente de ruptura y el diálogo se transforma en confrontación. Cuando los egos pesan más que las causas y las ambiciones personales reemplazan el sentido colectivo, el  movimiento comienza a vaciarse de su propósito y a perder  su auténtica fuerza transformadora.

El progresismo nació de una convergencia de voluntades que  creyeron en la posibilidad de un país más justo, inclusivo y  humano. Esa energía colectiva solo puede mantenerse si se preservan la coherencia, la ética y el compromiso con el pueblo que le otorgó su confianza. Si las disputas internas  entre líderes prevalecen sobre el propósito común, el proyecto puede desvanecerse y dejar de ser la esperanza de  quienes apostaron por el cambio.

Lo más preocupante no es la crítica externa, sino la  descomposición interna. La entropía política no necesita  enemigos. Ella se alimenta del cansancio, del desencanto y de la desconexión con las luchas reales de la gente. Si el  progresismo se encierra en sus propias disputas, corre el  riesgo de convertirse en lo mismo que los partidos que  prometió reemplazar.

Aún hay tiempo para evitarlo. La unidad no significa ser todos  iguales, pensar lo mismo, sino tener madurez política y una  estrategia común. Implica reconocer que la verdadera fuerza del cambio proviene de una causa compartida, no de la lucha  por ser el centro de atención.

Es crucial mantener el diálogo con la gente y con las bases  para que el entusiasmo se mantenga vivo y el apoyo popular  se amplíe. Solo así se podrá conservar la conexión social y evitar el desgaste que surge del distanciamiento con el sentir ciudadano.

El futuro del progresismo depende de su habilidad para mantenerse fiel a su propósito original. Las elecciones de 2026 serán una prueba clave. No se trata solo de retener la  presidencia, sino de conseguir una mayoría en el Congreso  que permita consolidar las transformaciones que el país necesita. Esta meta solo será alcanzable si se deja atrás la dispersión y se reconstruye la confianza entre las diversas  fuerzas que comparten la visión de un nuevo país.

La unidad no es solo una opción, es una obligación histórica para que el cambio que se ha iniciado no se pierda en el ruido de la división ni se desgaste en la inercia de la entropía política.

*Ingeniero Químico- Profesor de la Universidad de Antioquia

Wilmar Jaramillo Velásquez

Comunicador Social Periodista. Con más de treinta años de experiencia en medios de comunicación, 25 de ellos en la región de Urabá. Egresado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano

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