Por: Julián Peinado Ramírez*- Columnista-El Pregonero del Darién
Estas preguntas pueden escandalizar a muchos y si un Policía, jefe o esposo se atreviera a cometer alguna de estas acciones podría exponerse a una denuncia o queja por abuso de autoridad, lesiones personales o violencia intrafamiliar. No es para menos, esos actos que planteo de manera hipotética atentan contra la dignidad humana, por eso mismo es que se han desarrollado otros mecanismos como las multas, los llamados de atención y el diálogo, no obstante, usamos una consideración muy diferente con los niños.
Es común escuchar frases como “a ese niño le faltan unos buenos correazos”, “dele una buena pela para que aprenda”, “la letra con sangre entra”, entre muchos otros. ¿Por qué? ¿Estaríamos dispuestos como adultos a que nos enseñen a través de esos métodos? ¿A caso pensamos que por ser de menor edad merecen menos respeto? Estamos frente a una contradicción pues reprobamos el uso de la violencia en contra de nosotros, pero la avalamos en contra de los niños.
“Ay, pero un correazo no le hace daño a nadie” puede decir doña Magola sin darse cuenta que siempre se siente intranquila y a la defensiva sin explicación alguna, “a mí me criaron a punta de pelas y gracias a eso soy una persona de bien” puede decir don Rodolfo quien reacciona de manera agresiva cuando alguien le lleva la contraria incluso al interior de su hogar, “cuántos correazos me dieron a mí y no soy ninguna persona traumada” dice doña Alicia quien no entiende de dónde vienen su depresión y problemas para socializarse.
Aunque tendemos a pensar que “nadie se ha traumatizado por el castigo físico” la ciencia dice algo muy diferente. El estudio internacional más amplio hasta la fecha donde participaron 215.885 niños entre los tres y cuatro años de 62 países de ingresos medios y bajos concluyó que a mayor exposición al castigo físico o al ver que otro niño co-residente en el hogar es golpeado, menor es el desarrollo socioemocional del individuo.

Asimismo, la ciencia ha demostrado que el castigo físico tiene efectos adversos para los niños, niñas y adolescentes como menor obediencia y empeoramiento de la conducta en el corto plazo, problemas en el desarrollo cognitivo y socioemocional, comportamiento antisocial en la adultez, mayor riesgo de sufrir de depresión y otros problemas mentales, mayor tendencia a recurrir al consumo irresponsable de sustancias psicoactivas, e incluso otros estudios recientes han encontrado una relación entre la exposición al castigo físico y una mayor predisposición a sufrir cáncer en la vida adulta.
En su vida diaria eso se traduce en que el castigo físico o los tratos humillantes que pudo recibir una persona cuando era niño o adolescente pueden ser la causa de los problemas que tiene para socializarse, de los constantes conflictos con su pareja, de las reacciones agresivas súbitas, de la falta de aceptación a sí mismo, de sus pensamientos depresivos o incluso de algunas predisposiciones a desarrollar determinadas enfermedades.
Como si eso fuera poco, a diferencia de lo que algunos afirman que “al no pegarle a los hijos ellos terminarán convertidos en delincuentes” la evidencia nuevamente muestra lo contrario. Según datos del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar – ICBF, el 82% de los jóvenes que están respondiendo por algún tipo de Responsabilidad Penal Adolescente han sido objeto de algún tipo de vulneración y castigos físicos al interior de los hogares.
¿Entonces qué se puede hacer? Entendiendo que el castigo físico no es tan bueno o “milagroso” como se ha venido defendiendo tras generaciones, las familias y la sociedad en general tenemos la oportunidad y responsabilidad de desarrollar métodos y herramientas de crianza basados en el respeto, en la empatía que es ponerse en los zapatos del otro y en la comprensión de las etapas de desarrollo en las que se encuentra el menor.
¿Pero cómo se puede aprender eso? Actualmente hay mucha literatura relacionada con estudios científicos que dan cuenta de herramientas de crianza y formación alejadas de la violencia que permiten acompañar a los niños de manera adecuada durante su desarrollo, generando entornos saludables y pacíficos.
Para hacer una transición a una sociedad más tolerante con los niños y que ofrezca mayor bienestar a estos futuros adultos es necesario democratizar ese conocimiento para que todos podamos tener acceso al mismo. Eso precisamente es lo que busca el proyecto de ley del cual soy coautor con el que buscamos crear una Estrategia Nacional Pedagógica y de Prevención que promoverá alternativas y prácticas para educar, orientar y disciplinar sin violencia, respetando los derechos de los padres o personas encargadas de su cuidado a inculcar sus creencias y valores en los hijos.
Ese proyecto de ley también tiene la finalidad de prohibir el castigo físico y los tratos humillantes contra los niños, niñas y adolescentes con carácter pedagógico. Eso quiere decir que el proyecto no crea nuevos tipos penales ni sanciones contra los padres de familia o cuidadores.
¿De qué sirve una ley que prohíbe, pero no crea sanciones? Sirve para impulsar una sociedad mucho más respetuosa desde la pedagogía, para prevenir antes de que las agresiones al interior del hogar lleguen a eventuales denuncias de violencia intrafamiliar y hasta la pérdida de la patria potestad de los menores. Es necesaria para que las familias puedan adquirir las herramientas necesarias para acompañar el desarrollo armónico e integral de sus hijos evitando dejarles heridas emocionales, físicas y mentales que los puedan afectar posteriormente.
Este proyecto de ley ya superó cuatro debates de los tres que debe superar antes de ser ley de la República y en la última votación contó con una votación arrasadora al sumar 19 votos a favor y cero votos en contra. El próximo y último debate será en la Plenaria del Senado de la República donde las mayorías determinarán si este proyecto se convierte en ley.
Hace poco leí que un niño que es golpeado por sus padres no aprende a odiarlos a ellos, sino que empieza a odiarse a sí mismo. Una realidad muy dolorosa que me confirmaron varios testimonios que me han enviado entre los cuales recuerdo especialmente el de una mujer que confesó por primera vez que fue víctima de abuso sexual por parte de su padrastro y que nunca fue capaz de contarle a su mamá por miedo a las reprimendas físicas que le daba; así como otras personas que me han escrito contándome que ahora entienden que sus estados de depresión, ansiedad, rechazo y hasta ganas de suicidarse provienen de los malos tratos que recibieron cuando niños.
¿Cuánto más tiene que pasar en nuestro país para que nos cansemos de la violencia? ¿Cuánto más tenemos que vivir para que empecemos a ser generadores de cambio desde el respeto? En nuestras manos está cambiar esa historia. Culturalmente hemos legitimado la violencia en la música, los chistes y conversaciones, es natural que no seamos conscientes pues es habitual para nosotros, pero, tras las reflexiones que traje a colación en esta columna, los invito a que cada día pongamos mayor atención a nuestros comportamientos y reacciones para que alimentemos nuestro entorno con acciones de respeto, escucha y tolerancia.
*Julián Peinado Ramírez Coautor del proyecto de ley de prohibición del Castigo Físico Representante a la Cámara por Antioquia Partido Liberal Colombiano
Agradecimientos a las entidades, organizaciones, iniciativas privadas y expertos que nos han acompañado en esta labor entre quienes están el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ICBF, la Alta Consejería para la Niñez de la Presidencia de la República, la Alianza por la Niñez, UNICEF, Save The Children, Aldeas Infantiles, Red Papaz, Agencia PANDI, Ni Una Palmadita, la Sociedad Colombiana de Pediatría, la Universidad de la Sabana, la Universidad Javeriana, la Universidad Externado, Jorge Cuartas investigador de la Universidad de Harvard; además de las iniciativas Despertando al Gigante y Crianza Consciente, entre otras.